ENTRE EL PRINCIPIO Y EL FINAL
La mano derecha le tiembla, agarrotada por el forcejeo,
marcado en llagas el mango de la navaja que le ha hundido al otro en el
pecho; porque la humedad de la niebla reblandece la sangre y le devuelve su
viscosidad. Los dos entendieron rápido que en este mundo solo habría lugar
para uno; para él, que sí verá el amanecer al final de la calle. Que sea su
compañero quien disfrute la eterna oscuridad de la muerte. Y ahí, entre el
principio y el final de la avenida, maldice a la vida por condenarlo al
dualismo de un mundo de claros y oscuros, donde ahora solo reluce el rojo
vivo de la sangre que vomita su estómago a través de una herida que no conocía,
y que en frío siente en lo más profundo de las entrañas.
José Carlos Rojo
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