LA ETERNIDAD DE UN GRITO
A la sinrazón de la guerra le siguió el silencio. No hubo
ganadores ni perdedores; solo fría muerte. El mundo, sumido en un inmenso
dolor, quiso enterrar el pasado y volver a nacer sin aquellos estúpidos seres:
monstruos, dioses, fantasmas y toda aquella calaña incapaz de comprender que no
hay mayor ambición que la paz; que cualquier premio nunca superará al permiso
que les fue concedido para poblar el planeta. Los grandes fuegos de la batalla se
convirtieron en océanos, los infinitos mantos de cadáveres en bosques y los
huesos de las bestias muertas, algunas sumidas en el eterno quejido, son hoy
troncos secos, capaces de contar aquella historia, a ojos de quien sepa mirar.
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