El viento se hizo silencio (Como lo cuentan los escritos)

Al contrario de lo que pensareis, ésta no es una historia de otro tiempo. En las mismas simas sobre las que antaño durmieron criaturas maravillosas, y hasta lo más profundo, en las salas huecas bajo las montañas, algo muere. Cuentan que cuando el poderoso océano se rindió, algo despertó en lo profundo del bosque. Algo que devolvería la vida a todo aquello que, por alguna razón, estaba desapareciendo.

Azul
Los mares y océanos del mundo fueron los elegidos, por su descomunal fuerza, de entre todos los poderes de la naturaleza, para combatir la muerte. Por aquel entonces circulaba la creencia de que solo el agua, fuente de vida, era capaz de destruir la creciente amenaza de la oscuridad. Una sombra que avanzaba implacable, llenándolo todo de putrefacción cálida y nauseabunda. El orden de todo lo que se conocía hasta entonces estaba cambiando. Desaparecieron las bestias de las montañas, los bosques perdieron su verdor, las semillas no germinaban y las aves ya no cantaban…La amenaza se había convertido en un mal irreversible que seguía consumiendo inexorable.



Sucedió entonces que el océano se rindió, consciente de que en esta batalla no tenía posibilidad de victoria. Convocó a los espíritus de la naturaleza. Para ello anunció una fiesta, como se había hecho desde el principio de los tiempos; pero esta vez nada iba a celebrarse.


El Encuentro
La naturaleza se detuvo, algo importante estaba a punto de suceder. El océano, el aire y la tierra presidieron el último encuentro que se recuerda. Más corto de los que se tiene constancia, en el que todos estuvieron presentes. El océano se levantó y habló: - Poderoso soy, y muchas veces lo demostré en tiempos antiguos. Luché con gallardía, y fue la fiereza la que me llevo a la victoria en muchas guerras. Pero largo tiempo llevo debatiéndome en este sufrimiento, contra el que ya nada puede hacer mi poder, mi gallardía o mi fiereza - . El universo pareció detenerse, y todos los allí presentes sintieron un vacío profundo, como si por un momento hubiesen dejado de existir. La sorpresa y el desaliento los sumió en el pánico ante la inminente caída de un líder eterno. Entonces el océano continuó: - todo cuanto conocemos se corrompe, día a día, sin que nada pueda yo hacer. Estoy cansado, abatido. Sufro heridas que nunca cicatrizarán; pero me debo a mi existencia, y viendo cercano mi fin, no me queda más alternativa que el retiro - . Fue entonces cuando la calma dio paso a los murmullos que terminaron por convertirse en griterío incómodo. Desalentado ante la falta de cordura, el océano, profundo y rutilante increpó: - ¡Silencio!. Aún conservaba fuerzas para recordar a los asistentes a quién debían respeto. – Mi abandono no puede conducirnos al fracaso. Y cualquier cosa que podamos hacer, hoy y aquí ha de resolverse - .
La tierra, que por antigüedad se consideraba legitimada para tomar la palabra, resolvió que ninguno de los allí presentes gozaba de fuerza para desempeñar su papel. Fue en ese momento cuando el bosque, corpulento y atrevido, dio un paso al frente. – Con madera construiré una fortaleza enraizada en las entrañas de la tierra; ni el mismo corazón del mal podrá alcanzarla - . El océano vaciló por un momento, pero no tardó en mostrarse pesimista, – imposible. Eres joven, y eso te hace poseedor de un enorme poder, incluso equiparable al mío. Pero es esa juventud la que te priva de la experiencia necesaria para cumplir este cometido-.
Los ropajes de todos los allí reunidos comenzaron a mecerse con el viento fresco, una brisa cargada de palabras. – Una posibilidad queda por contemplarse… - . El océano, que aún no distinguía el origen de aquellas palabras susurradas, reconoció sin problemas la sutileza del viento. Hacía tiempo que la brisa no acudía a un consejo, al menos de forma pública; pues son muchos los desconfiados que confirman haberla sentido innumerables ocasiones, camuflada entre las ramas altas de los árboles. Pocos confiaban en ella después de tantas historias de traiciones y mentiras, que hábilmente supo remediar con acciones heroicas, por las que todavía de vez en cuando se deja ver. Pero poco valor tienen las palabras con una reputación tan corrompida. El océano al fin situó la sibilina figura de hembra delicada y difusa deslizándose, interminable, entre las sedas de los entes allí reunidos. Aquella figura fantasmagórica aún le producía respeto, a pesar de haber salido victorioso de numerosos duelos en los que ambos tuvieron que medir unas veces la fuerza; otras la dialéctica. – Largo tiempo esperamos noticias tuyas, especialmente en estos tiempos oscuros - . El viento obviaba cualquier signo de respeto. – Nadie debería añorarme; y muy confundido estará aquel que lo haga - . El viento mantuvo la mirada al océano durante unos segundos que parecieron eternos.
Cuentan las leyendas de las edades olvidadas que hubo un tiempo en que el océano y el viento protagonizaron un magnífico romance. Los libros escondidos describen tiempos de amor profundo, eterno. Pero el poder lo corrompe todo, y la ambición perdió a los enamorados, que no supieron compartir el liderazgo de un reino hoy desaparecido. Quizá fue él, probablemente ella. Nunca nadie sabrá con certeza que fuerza puede más que el amor, pero así fue.
El viento buscó el haz de luz que se filtraba entre las frondosas copas de los árboles..., y habló – La fuerza y la sabiduría son cualidades escasas. Unos pocos privilegiados presumen conjugarlas – . Gesticuló a modo de desaprobación refiriéndose a las virtudes atribuidas a su interlocutor. - Pero madre fue sabia, y repartió dones entre todos nosotros - . El océano no le permitió continuar… - La juventud proporciona fuerza, pero solo un sabio combatiente podría acometer esta tarea - . Interrumpió el viento – yo andaré ese camino - .
El murmullo aumento, y el océano pareció sorprendido. Era síntoma inequívoco de que la propuesta no saldría adelante. Pero es sabido por todos que muy loco había de estar el viento para promocionarse, si no contara con una estrategia. El océano quiso intervenir, pero no tuvo oportunidad; el viento continuó, - Pondré conocimiento en esta causa - . El océano continuaba mostrando gesto de intransigencia, que irritó definitivamente a la brisa… - He visto cosas que ni la anciana tierra recuerda - . Volvió al tumulto para ondearse como serpiente resbaladiza. La actitud provocaba en los presentes más temor que persuasión. – He contemplado días que el agua solo podría imaginar escuchando historias de los tiempos antiguos, cuando toda la vida era joven- . El océano sabía que aquello era cierto, y muy a su pesar, tuvo que asumir la posibilidad de tomarlo en cuenta. La reunión se detuvo, nadie confiaba en ella, pero todos sabían que probablemente no hubiera entre ellos nadie más sabio que aquel ente ambiguo y oscuro. Se dice que cuando el agua, el cielo y la tierra fueron creados, el viento los arrastró hasta los confines de la tierra. Quizá por la angustiosa desesperación, o puede que tras una racional meditación, aquella idea se aprobó, y el océano lo confirmó – que así se haga entonces. Sean el aire y el bosque los nuevos portadores de la luz en esta lucha por recuperar lo oculto tras la oscuridad - .
Y no se habló más. Las aves retornaron a su cante, las cosas verdes volvieron a crecer, el aire volvió a correr. Nadie escuchaba más, porque el último encuentro de esta edad, se había escrito ya.



Verde

Poco después a lo anteriormente narrado, el viento y el bosque decidieron engendrar una fuerza que nuevo poder les proporcionara. Ambos trabajaron por aportar todo lo bueno de su remarcable cualidad. Y fue en el seno del bosque, en el interior de un árbol viejo, donde se gestó un ente nuevo. Poseería la fuerza del bosque, quién en cierto modo se había definido como el fornido padre, pero también heredaría el conocimiento del viento, que tan lejos hizo llegar a su sabia madre.

Las velloritas[1] crecieron alrededor del lugar, cuando una templada mañana de primavera el viejo árbol se descascarilló, y de su ajado vientre surgió un cuerpo verde. Largo, de facciones delgadas y aguileñas, encajaba más en el mundo físico de lo que cabía esperar; pues si por algo se caracterizaban estos seres era por llegar más lejos con el pensamiento de lo que nunca pudieran alcanzar sus manos. Ésta precisamente fue una de las decisiones más aventuradas, puesto que toda característica podría aportarle claras ventajas o desventajas según el enemigo con el que debía medirse. Pero resulta probable que para estos tiempos, el viento había recorrido más tierra de la que parecía, y había visto mucho más de lo que contaba. Quizá ya era consciente del origen de todo aquel mal, que día a día ensombrecía el mundo; pues hasta aquel momento nadie había indagado más allá de los devastadores efectos de la penumbra. El viento había alcanzado a comprender que de nada servía reparar el daño, si no se atacaba el origen del mal, escondido.
Decidieron que el recién concebido creciera solo, como niño huérfano, con la única compañía de las velloritas, sobre las que poseía el poder de la vida. Ellas serian sus ojos y su olfato, su mente y sus pies, allí donde él no pudiera llegar, adonde sólo el viento puede alcanzar. El abandono de un ente inocente creado con el único fin de hacer la guerra era sin duda desalmado; pero la debilidad vence a la villanía en el alma de la brisa, y menor dolor experimenta la madre que nunca conoció a su hijo, que aquella que lo ve desaparecer en sus brazos. La implicación emocional podría acarrear gran sufrimiento al viento, un sentimiento que se vuelve puro cuando surge del amor naufragado; muy bien lo sabía el viento.



El ser verde vivió largo tiempo en el bosque. Bebió de los ríos, imitó a los árboles, escuchó el cántico de las aves y finalmente admiró el poder infinito que lograba dar vida a todas las cosas que crecen. Entonces comprendió su fuerza y mirando al horizonte sopló, y sopló con ansia. Y el poder surgió de sus entrañas, y fue trasportado por el viento hasta los confines del mundo donde la roca espera desnuda a la vida. El viento se cargó de verdor procedente del alma del bosque, que ahí había depositado su infinita fuerza, transportando su expresión hasta donde la tierra aguarda a ser adornada con velloritas. Era espeso y templado, cargado de verdor y de vida, que despertaba la naturaleza de los pastos, los árboles y los animales. Largo tiempo sopló el hijo del viento hasta que por fin, encontró la oscuridad.



Negro
Entre escombros, suciedad e inmundicia, se alojó la última flor que el poder del ser verde alcanzó a dar vida. Allá a lo lejos, en los confines de lo vivo, donde ese extraño animal, el hombre, ha levantado construcciones extraordinarias y cubierto los pastos bajo suelos fríos y duros. En las ruinas de una cueva artificial, una construcción olvidada, herrumbrosa y calcinada, yace dormida una forma negra. Ronca profundamente y despide un calor nauseabundo. Pero rápido termina su sueño, porque inesperado es el aroma a frescor y pureza en un entorno tan hostil, que alarma al olfato del monstruo, incómodo por esta brisa. Se levanta fiero; conoce la existencia de un intruso. Lo localiza y lo destruye, engulléndolo para absorber su poder. Es un ser alto y ágil, se agita compulsivamente y gruñe profundo.

Qué fuerza viva sería capaz de dar vida a una criatura semejante… Cuentan los escritos que hubo un tiempo en el que más allá del cielo, donde domina el cosmos, éste observó largo tiempo las creaciones de todas las cosas bellas que cobraron vida aquí abajo. Enamorado de tal bella obra, solicitó aportar su tributo, pero no fue invitado. Contrariado por el desagradable rechazo, el cosmos tuvo envidia del verdor de las praderas, el azul de los mares, la felicidad de los animales y la sonrisa de los creadores, orgullosos de su obra. Despreció el trabajo y como venganza hizo estrellar sobre el suelo una colosal roca. El accidente levantó un polvo que cubrió el cielo durante años y acabó con muchas formas de vida. El cosmos desapareció para siempre, resentido y repudiado, dejando tras de sí una estela de odio y oscuridad. Unos restos de sombríos sentimientos que descendieron sobre la tierra, y se escondieron bajo el suelo, donde construyeron su morada. Durante largo tiempo buscaron, escondidos en la oscuridad de las profundidades, la manera de materializarse. Y al fin, de entre todas las cosas animadas e inanimadas de este mundo, el mal confió en prosperar en el único ser que le ofrecía posibilidad de sustento: el hombre.
El tiempo pasó; la oscuridad fue corrompiendo el alma de los hombres y aquellos malos sentimientos ansiaron realizarse. Buscaron en la naturaleza inerte, en todo aquello que había terminado las cosas vivas, para convertirlas en materia infecta. De células muertas nació un ser vivo, ebrio de muerte. No necesitó padre, tampoco madre; se hizo a sí mismo, a partir del odio, la envidia y el rencor. Siempre se supo que muy complicado era de obrar el bien, pero muy fácil resulta hacer el mal.

El monstruo se yergue como puede, pues su equilibrio se asemeja al del simio que aún no ha logrado la estabilidad del hombre erguido. Sopla aire compulsivamente; parece vaciar por completo sus pulmones. Con una fuerte sacudida comienza a absorber generando un foco de oscuridad a su alrededor que aspira la vida. Como una nube que todo lo cubre, el mal se hace camino por el mundo de los hombres; luego atraviesa los mares, y los campos. La oscuridad avanza y el sol se oculta, atemorizado. El verdor desaparece y los árboles gritan mientras la tierra parece despellejarse.
Pasado un rato se detiene. Salta de un lado a otro con júbilo y se pierde en las ruinas de su hogar simulado. Expulsa una estrepitosa flatulencia: está colmado. Todo cuanto le rodea ha muerto, se ha tornado gris…, negro.


Lucha en la distancia
Así se narra el comienzo de la batalla que se libró entre el hijo del viento y el siervo de la muerte. Cuentan las aves que en lo alto de los cielos, en sus prolongados viajes migratorios, respiraron el viento cargado de vida, y poco más tarde el olor putrefacto de la muerte que lo contrarrestaba. Muchos bosques sintieron el desasosiego de la atmósfera infecta que acababa poco a poco con sus fuerzas, mientras esperaban ansiosos la respuesta del viento, que en ocasiones tardaba demasiado, y no alcanzaba a remediar el desastre. Los enemigos se escrutaron en la lejanía, midieron sus fuerzas, y comprobaron el infinito poder de su opuesto. Pero cada minuto que se prolongaba esta lucha, el mundo vivo se consumía. El poder del viento le permitía conservarse invulnerable, pero no alcanzaba a reparar el daño que el enemigo producía a su alrededor.
Quiso terminar el ser verde con este conflicto, y para ello pergeño un ataque terrible. Organizó un tremendo temporal que empachó la brisa de verdor, y condujo la vida por todo el globo. El mal sufrió tal impacto, que optó de nuevo por la cobardía de la oscuridad, en el mundo subterráneo, donde aún habita la mentira y el dolor. Allí se creyó seguro, oculto sintió regocijo, pues ya sabía que salvo en aquel lugar, en ningún otro podría pelear. Se lo hizo saber al viento, y así lo esperó, pávido, organizando el combate encubierto, en la oscuridad de su oriunda morada, en las profundidades del mundo.



El Mundo Subterraneo
Sucedió que el hijo del viento, turbado, comprendió que no cabía otra solución que acudir a la llamada de su adversario. Algunas criaturas recuerdan las historias de aquellos que lo contemplaron adentrarse en la puerta prohibida, como alma que abandona el mundo, para trascender en el más allá. Probablemente no conocía el lugar al que se dirigía, nunca escuchó las aterradoras historias acerca del universo decadente que se escondía tras aquella entrada sinuosa y escarpada. Nadie había retornado de aquel mundo; pero es más inquietante prestar atención a las estremecedoras leyendas que confirman que tampoco nadie había perecido en su interior. La fuerza de la vida conducía la voluntad de este ser, ajeno a cualquier distracción que lo alejara de la desaparición del mal.


A partir de aquí la historia se convierte en leyenda, porque nadie puede asegurar qué aconteció en las profundidades de la tierra. Tampoco nadie supo ni sabrá nunca a quién se escuchó para escribir la continuación de esta narración que se conserva en los escritos de estos tiempos; pero hay que confiar del consabido escrúpulo en los procesos de trascripción: la tinta así lo cuenta.
Se dice que el hijo del viento encontró un mundo de destrucción y ruinas, de pestilente atmósfera y gritos de dolor. Aullidos que recorrían el cuerpo en forma de escalofríos; voces de dolor y de locura de todas aquellas criaturas perdidas, condenadas al eterno vagar en un mundo laberíntico en el que no existe el tiempo, ni alumbra el sol. Animales desorientados, seres de todos los tiempos, incluso algunos de los primeros nacidos compartían la mala fortuna de haberse dejado llevar por la curiosidad de adentrarse en la oscuridad de aquella entrada que les condujo a la eterna reclusión. Nadie envejecía, nadie moría, en aquel mundo solo se podía vagar, hasta la eternidad. La imagen de ciertos especimenes que se habían entregado al olvido, en lo más recóndito del laberinto, encogidos en sucias esquinas, entre las sombras, destrozó el corazón del ser verde. ¿Quién puso este lugar en el mundo? ¿Por qué causar tanto sufrimiento?
Tuvo la fortaleza de mantenerse erguido, aguantando la pesadez del aire cada vez más viciado, que confirmaba sus temores: se dirigía al corazón mismo del laberinto. De vez en cuando una respiración agitada y ronca sobresalía entre los espantosos gemidos de aquellas pobres criaturas. En ese momento se supo observado, aceptó las reglas del juego impuestas por un enemigo que en algún momento tendría que dar la cara, y tras varios días de ansiedad, así fue.
En una amplia galería bañada por la plateada luz de una luna inmensa y fría, surgió el mal mimetizado entre las rocas. En ese momento la vida y la muerte se encontraron de frente. El hijo del viento aún conservaba las esperanzas de poder evitar la confrontación, pero aquel ser oscuro se agitaba compulsivamente, se preparaba para atacar. Entonces comprendió cuál era el origen de todo aquel mal. Observó la piel y los harapos de la criatura y vio que se habían confeccionado con la misma tierra e inmundicia del suelo que pisaba. Olfateó la hedionda esencia de la forma y pudo identificarla con aquella atmósfera. Escuchó el ronco grito del monstruo y reconoció el sufrimiento de todos los seres que en aquellas ruinas esperaban la muerte que nunca llegaba. Abstraído en todos estos pensamientos no advirtió el potente ataque del abominable ser. Una maravillosa esfera de energía le atravesó en un momento robándole la esencia del alma y la vida. Las fuerzas lo abandonaron y se encogió dolido: estaba herido de muerte. A pesar de conocer la maldad de su contrincante no tuvo la madurez de reaccionar ante su imponente imagen. Se había dejado conducir, incauto, hacia el fin; sería el primero en perecer en ese extraño mundo. Fue entonces que los recuerdos empezaron a correr por su memoria. Su nacimiento y el olor a velloritas sobre suelo húmedo. El sol filtrándose entre las verdes hojas de los árboles. El cantar del río y los pájaros, los diferentes hijos del mundo vivo… Todo desaparecería. No había sido capaz de impedir el desastre, y la existencia se acabaría. Poco quedaba para que ya nada volviera a crecer. Un pensamiento de incredulidad lo invadió repentinamente; sintió, por vez primera, una profunda pena y lloró por la muerte de todas aquellas cosas. Su corazón galopaba en su interior, furioso ante tanta malicia. Ocurrió entonces que una luz verde incandescente se encendió a su lado, desprendiendo un calor enorme, y generando una fuerza que hizo temblar los cimientos de aquel mundo. Ajeno a su voluntad todo fue tintado de vida, y la pestilencia del ambiente desapareció dando lugar a un aroma de frescor y pureza. Sin comprenderlo tuvo fuerzas para levantarse y soplar, y así lo hizo. Sopló y sopló; aquella luz verde creció. El ser oscuro retrocedió y comenzó a gritar, pero ya no se le escuchaba, porque una brisa ensordecedora enturbiaba aquellos quejidos. Una fuerza poderosa le ayudaba desde lo más profundo de su ser. Tras un tiempo, cuando ya no pudo más, dejó de soplar… se hizo el silencio, y aquel ser oscuro: murió.


El viento se hizo silencio
Sintió abatimiento, cansancio. Se dejó caer sobre el pasto fresco que ahora sustituía la roca fría del suelo, y perdió la conciencia. Solo al final de su viaje, cuando aprendió a amar a toda forma viva, y aventuró su final, maduró y desarrolló su verdadero poder. Solo cuando superó la situación de soldado que comprende su lucha, y resuelve identificarse con ella. Exactamente cuando la fuerza de acción nació de su corazón. En ese mismo momento se escribió el final del mal.
Ambos cuerpos desaparecieron lentamente, como fantasmas que se diluyeran en el olvido. Unas velloritas nacieron exactamente en el mismo lugar donde yacía su creador.

El hijo del viento contempló de verdad el infinito poder del mal y la muerte. Y contempló también, al final de su existencia, cómo contra el verdadero amor, nada puede hacer el mal, la oscuridad ni la muerte.



Y así llegó el día en que el viento se hizo silencio. El océano, el aire y la tierra comprendieron que su lucha terminaba en ese mismo lugar, en ese mismo momento. Fue entonces cuando advirtieron que su destino estaba en manos de los hombres. Y a ellos se entregaron con temor, pero, también comprendiendo que en cualquier lugar, por alguna razón, aún hay tiempo de esperanza.












[1] Pascueta o vellorita (Bellis perennis). Planta herbácea nativa del centro y norte de Europa. Pertenece a la familia de las llamadas margaritas.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
olas!!!! la verdad, lo dije la primera vez y lo digo ahora. Me encanta ese corto!!!! sin palabras, pero con tanto contenido en sus imagenes ^^ kawaii!!!!

no te he leido el cuento entero porque ya es de noche XD y andamos las dos algo cansadas, y como vi que era muy largo... (lalala)

nos vemos ok?? ^^ un beso
LA POLILLA ha dicho que…
Genial!!
me ha encantado tio, sin palabras, de verdad.
Me he metido a visitar tu blog y me encontré con el corto,...y con las narraciones...me encanta TODO!!!!
sigue así, ya sabes que por las Asturias tienes una fan.
Un besazo

Entradas populares